El Peine del Viento, imagen singular de San Sebastián

Peine del Viento en San Sebastián

Son las 7 de la tarde y prácticamente se cierra el día. Los sonidos se apagan, Donosti cierra sus comercios y embutidos en sus gruesos abrigos, sus gentes caminan rápido a casa. Ha sido un largo día, de estrés, de trabajo cansado, de rutinas que vician nuestra vida con continuos anhelos de descanso.

Como cada tarde, mi última rutina diaria me dirige hacia la arena de mi playa, la de la Concha, la más bella de España, la más presumida. Allí a mi izquierda, desafiando al Cantábrico, luchando contra la propia Naturaleza, altiva, se halla la más simbólica escultura que San Sebastián posee, el Peine del Viento.

Sin duda es el mejor lugar para dejar volar la imaginación. Eso mismo pensaría Eduardo Chillida, su creador. Tan donostiarra él, ni en sueños podría imaginar cuando de pequeño jugara en aquella zona de Ondarreta que los años y el lugar le darían la inmortalidad y que sería su mano la que fundiría en uno solo lo más vasco de lo vasco, el mar y su playa. Aquel que era, y es, rincón para parejas furtivas, es hoy un símbolo, la imagen hecha acero de la fortaleza de una comunidad que se siente diferente.

La plaza que antecede a esta singular escultura, la escalonada, es de Luis Peña Ganchegui, y a él uniría sus fuerzas Chillida para culminarla con algo digno de Guipuzcoa. Se hizo necesaria toda la imaginación del mundo para llevar hasta aquel extremo apartado las famosas esculturas, las tres piezas que conforman el Peine del Viento, y para ello hubieron de ponerse raíles sobre un puente, para sortear el oleaje que azotara la costa. El escultor donostiarra las había finalizado a fines de 1976, y no fue sino hasta 1977 cuando al fin pudo inaugurarse el lugar, cuando al fin el Cantábrico entró definitivamente «peinado» a la Costa.

Sí, soñaría con un día así. Con San Sebastián, con su playa, con su belleza. Y en mis sueños, siempre estaré, atardeciendo, frente al mar.

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