El entroido, carnaval tradicional de Galicia
Ay, esta nostalgia. Se acerca el entroido (el carnaval), cuando todavía no hace tanto desde esta misma página os hablábamos de las fiestas de otoño, los magostos y las matanzas. Pero, eppure si muove, sí, el ciclo de las estaciones rumia su rutina y, con ella, llegan celebraciones que permanecen como un eco de tiempos pasados, más duros acaso en lo material, no tan complejos si cabe en el terreno del espíritu.
Sobre el entroido gallego
El entroido. Permitiréis que lo siga diciendo en gallego, idioma arcaico, adánico, tan próximo al latín. Esta esquinita del mundo presentada en ocasiones como sempiterna tierra de caciques, atrasada y rural por los siglos de los siglos, sometida a los instintos más siniestros y poderosos de sanguinarios dioses ctónicos, telúricos.
Sin embargo ha sabido siempre sacarse las servidumbres de la tierra, ya para para conquistar los mares, ya para liberar una asombrosa bacanal de máscaras, orgullo de verdaderos cortejos de Dionysos.
El carnaval está muy vivo en diferentes zonas de Galicia. Conserva una personalidad propia así como unos perfiles muy originales en el ámbito rural (aunque…¡qué tristes los carvales de algunas ciudades y villas gallegas, simulacros de fiestas tinerfeñas, pero bajo una pobreza de colores en los trajes y un orballo metafísico que causa una profunda desazón en el músculo del alma…!). Por ejemplo, el sur de Ourense.
En el triángulo mágico de Verín, Laza y Xinzo de Limia, la tradición popular metamorfosea su esencia a través de un cuerpo de costumbres insólitas. En Laza (pero también en Sande, Riós, Oimbra…) se le echan hormigas rabiosas a la gente. En Cartelos salen los mozos portando cabezas de toro, reminiscencia de minotauros, laberintos cretenses y, de nuevo, pulsiones dionisíacas.
Porque Galicia fue siempre una especie de Grecia del Atlántico. Y si las representaciones de los cortejos en honor a Dionysos acabaron fraguando en la génesis de la tragedia ática, las ruidosas correrías de los cigarrones de Verín, que en Laza llaman peliqueiros, deberían servir de fundamento a un artaudiano y nuevo Teatro de la Crueldad.
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Foto vía Ramón Piñeiro