Peñaranda de Duero, aldea monumental
Esta población burgalesa (Castilla y León) es el típico pueblo-monumento de las tierras castellanas de Burgos. Con una historia que pasa por la posesión de su territorio en manos de no pocos duques, señores y condes, Peñaranda de Duero se agrupa a los pies de su castillo. Con poco más de 500 habitantes, toda ella es considerada como conjunto histórico-artístico.
Así, podemos entrar en la Plaza Mayor pasando por un arco aportalado de la antigua muralla. La plaza, espacio empedrado en el que se respira un aire histórico, se encuentran las populares casas sobre soportales, un elegante palacio ducal y una iglesia monumental. Todo ello en torno a un elegante rollo de jurisdicción del siglo XVI.
Al fondo de la plaza podemos ver las roídas almenas y torreones del castillo que da importancia a este pueblo, donde en una de sus torres del homenaje se encuentra el Centro de Interpretación de los Castillos Fronterizos.
Dando un paseo por la plaza podemos ver el palacio de los Zúñiga y Avellaneda, un amplio edificio renacentista del siglo XVI con portadas platerescas, adornado con mármoles jaspeados y un bello patio de dos pisos. Las no pocas estancias y salones del palacio nos enseñan una gran variedad de artesonados mudéjares, góticos y renacentistas con el decoro de un valioso mobiliario de la época del castillo. Al otro lado de la Plaza Mayor podemos encontrarnos con la iglesia de Santa Ana, también de mediados del siglo XVI pero con numerosas reformas a sus espaldas. Prueba de ello es la fachada barroca del siglo XVIII que la preside. En su retablo más importante, de estilo neoclásico, ayudó Ventura Rodríguez.
En la calle de detrás del palacio se encuentra la antigua botica Ximeno, de finales del siglo XVII y se puede completar la visita al pueblo con una pequeña incursión en el Museo de Farmacia, con una bonita colección de tarros de cerámica de Talavera.
Así pues, visitar Peñaranda de Duero es meterse de lleno en una arquitectura y monumentalidad que apenas ha cambiado desde los siglos XVI y XVII. Uno se siente absorto en la particularidad de sus edificios preguntándose cómo es posible que en una villa tan pequeña y en tan poco espacio puedan juntarse tantas cosas interesantes. Puede ser una buena opción para hacer un alto de una mañana o una tarde.